Según ha podido saber RevistaNaval, en la
actualidad se está evaluando la introducción de modificaciones en el
diseño de los submarinos S-83 Cosme García y S-84 Mateo Gª de los Reyes,
dos de las cuatro unidades que construye la empresa Navantia para la
Armada española en el marco del programa S-80 en su factoría de
Cartagena.
Los dos primeros buques, S-81 Isaac Peral y S-82 Narciso Monturiol, se
encuentran en avanzado estado de construcción, superado el punto de
inflexión en las dificultades y escollos técnicos encontrados durante el
desarrollo del programa para la obtención de estos submarinos oceánicos
de propulsión convencional diésel-eléctrica, que contarán con un módulo
AIP anaeróbio para la alimentación de los sistemas de propulsion sin
necesidad de emerger a cota de snorkel para la toma de aire.
foto: Navantia.
Se baraja que sean las dos últimas unidades contratadas las que
reciban las innovaciones experimentadas a lo largo del periodo de
desarrollo del programa S-80, muy dilatado en el tiempo con respecto a
las previsiones originales. Así, este segundo batch recogería,
entre otras mejoras, modificaciones de diseño tendentes a aumentar las
cualidades hidroacústicas y el comportamiento hidrodinámico de la nave.
En concreto, entre otras medidas se estaría valorando la adopción de
modificaciones que afectarían a la eslora total del casco, mediante el
añadido de un nuevo anillo que estaría ubicado a proa de la vela del
buque, superando los 72 metros de eslora total, e incrementando el
desplazamiento de las naves de la subserie por encima de las 2.430
toneladas (en inmersión) planeadas para las dos primeras unidades.
La puesta a flote del Isaac Peral, a lo largo de este año
Si se cumplen las previsiones anunciadas por la empresa constructora,
la unión de las secciones de proa y popa del prototipo S-81 Isaac Peral
se verificará durante los próximos meses, estando programado el hito de
puesta a flote antes de que finalice 2013 y la entrega oficial del buque
antes de 2016.
Análisis | S-80, un reto tecnológico con la vista puesta en el mercado internacional
El submarino S-80 es sin lugar a dudas -así lo han admitido públicamente sus responsables- el reto tecnológico más complejo que ha afrontado la industria naval española a lo largo de su historia.
Comenzado a bosquejar a mediados de la década de los 80 del pasado siglo, cuando se entregaba el último de los submarinos del tipo Galerna basados en el diseño del Agosta francés, la definición del por entonces futurible submarino español de los 90 (S-90) se debatía entre el continuismo en la colaboración con la industria francesa, la apertura hacia nuevos socios centroeuropeos, o el emprendimiento de la andadura en solitario hacia la obtención de un buque de factura nacional en todas las fases de desarrollo.
También se contemplaron propuestas intermedias, como el ofrecimiento no concretado de los submarinos británicos de la clase «Upholder», últimas naves de propulsión convencional en la flota de submarinos de la Royal Navy. Tras ser ofrecidos a varios países, sería finalmente Canadá quien acabó adquiriendo y operando los cuatro buques en su flota, tras un sinfín de dificultades de orden técnico y operativo.
De la cooperación industrial con Francia al desarrollo independiente
A finales de los años 90 se comenzó a plasmar sobre el papel el programa S-80, que con esta denominación retomaba la continuidad en la numeración de las series de submarinos de la Armada.
Paralelamente al desarrollo del S-80, la empresa Navantia concurrió, de la mano de la actual DCNS, en los mercados internacionales con la familia Scorpène, obteniendo la alianza francoespañola varios éxitos comerciales con la construcción de buques para las armadas de Chile, Malaisia e India.
Conforme la definición del S-80 iba quemando etapas, resultó palpable que Navantia y la Armada española afrontarían la construcción completa del buque, sin soporte tecnológico del socio francés. El desarrollo del S-80 bajo estos parámetros llevó aparejado el ofrecimiento del producto en el mercado de nuevas construcciones.
La decisión de embarcar el sistema de combate SUBICS de Lockeed Martin en los S-80, en detrimento de la opción de la industria francesa, supuso un nuevo elemento de fricción, en esta ocasión con tintes diplomáticos a nivel de gobiernos, deteriorando definitivamente las relaciones en el seno del consorcio Scorpène.
La francesa DCNS dejó de ofrecer la marca Scorpène, sustituyéndola comercialmente por un diseño mejorado bajo el nombre de Marlin, que ofertó en solitario a diversos países. Finalmente, en noviembre de 2010, Navantia y DCNS llegaron a un acuerdo para poner fin al litigio, y con ello también a su colaboración técnica y comercial. A partir de entonces la empresa francesa retomó la comercialización de submarinos convencionales bajo el nombre Scorpène, que construye actualmente también para la Marinha de Brasil, y abandonó la toma de cualquier acción legal contra Navantia por la comercialización internacional de la serie 80.
Expectativas de futuro
La factoría de Navantia en Cartagena cifra sus expectativas de éxito en el ámbito comercial con el desarrollo del submarino S-80, una plataforma que -como sucediera con el desarrollo de los cazaminas del tipo «Segura», inicialmente concebidos bajo el modelo de los «Sandown» británicos- acabará acoplando equipos y componentes de procedencia heterogénea, poniendo a prueba la reconocida capacidad de Navantia como integrador de sistemas navales, y por extensión, de toda la cadena de suministro de la industria auxiliar, que afronta el desafío tecnológico que supone construir un submarino de última generación.
El submarino S-80 es sin lugar a dudas -así lo han admitido públicamente sus responsables- el reto tecnológico más complejo que ha afrontado la industria naval española a lo largo de su historia.
Comenzado a bosquejar a mediados de la década de los 80 del pasado siglo, cuando se entregaba el último de los submarinos del tipo Galerna basados en el diseño del Agosta francés, la definición del por entonces futurible submarino español de los 90 (S-90) se debatía entre el continuismo en la colaboración con la industria francesa, la apertura hacia nuevos socios centroeuropeos, o el emprendimiento de la andadura en solitario hacia la obtención de un buque de factura nacional en todas las fases de desarrollo.
foto: Navantia.
También se contemplaron propuestas intermedias, como el ofrecimiento no concretado de los submarinos británicos de la clase «Upholder», últimas naves de propulsión convencional en la flota de submarinos de la Royal Navy. Tras ser ofrecidos a varios países, sería finalmente Canadá quien acabó adquiriendo y operando los cuatro buques en su flota, tras un sinfín de dificultades de orden técnico y operativo.
De la cooperación industrial con Francia al desarrollo independiente
A finales de los años 90 se comenzó a plasmar sobre el papel el programa S-80, que con esta denominación retomaba la continuidad en la numeración de las series de submarinos de la Armada.
Paralelamente al desarrollo del S-80, la empresa Navantia concurrió, de la mano de la actual DCNS, en los mercados internacionales con la familia Scorpène, obteniendo la alianza francoespañola varios éxitos comerciales con la construcción de buques para las armadas de Chile, Malaisia e India.
Conforme la definición del S-80 iba quemando etapas, resultó palpable que Navantia y la Armada española afrontarían la construcción completa del buque, sin soporte tecnológico del socio francés. El desarrollo del S-80 bajo estos parámetros llevó aparejado el ofrecimiento del producto en el mercado de nuevas construcciones.
La decisión de embarcar el sistema de combate SUBICS de Lockeed Martin en los S-80, en detrimento de la opción de la industria francesa, supuso un nuevo elemento de fricción, en esta ocasión con tintes diplomáticos a nivel de gobiernos, deteriorando definitivamente las relaciones en el seno del consorcio Scorpène.
La francesa DCNS dejó de ofrecer la marca Scorpène, sustituyéndola comercialmente por un diseño mejorado bajo el nombre de Marlin, que ofertó en solitario a diversos países. Finalmente, en noviembre de 2010, Navantia y DCNS llegaron a un acuerdo para poner fin al litigio, y con ello también a su colaboración técnica y comercial. A partir de entonces la empresa francesa retomó la comercialización de submarinos convencionales bajo el nombre Scorpène, que construye actualmente también para la Marinha de Brasil, y abandonó la toma de cualquier acción legal contra Navantia por la comercialización internacional de la serie 80.
Expectativas de futuro
La factoría de Navantia en Cartagena cifra sus expectativas de éxito en el ámbito comercial con el desarrollo del submarino S-80, una plataforma que -como sucediera con el desarrollo de los cazaminas del tipo «Segura», inicialmente concebidos bajo el modelo de los «Sandown» británicos- acabará acoplando equipos y componentes de procedencia heterogénea, poniendo a prueba la reconocida capacidad de Navantia como integrador de sistemas navales, y por extensión, de toda la cadena de suministro de la industria auxiliar, que afronta el desafío tecnológico que supone construir un submarino de última generación.
fuente: Revista Naval.
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