Amanece otro día más, aunque es difícil saberlo. Sólo el reloj determina que pasan las horas a bordo.
Jacobo se levanta con pocas ganas, aun es pronto y no hace tanto que
terminó la vigilancia. “A veces las horas van demasiado rápido…” piensa.
Hoy es un día ajetreado, más de lo normal. El barco llega a puerto.
“Diego García. ¿Quién conoce esto? No sale ni en los mapas…” Con la
faena puesta, no olvida coger la tarjeta que da acceso a la oficina.
Baja, hoy no desayuna, aún no tiene hambre.
“En un rato reunión. Hay que organizar las basuras, quien comerá a bordo… Muchas cosas…”.
Entra en la oficina con la sensación de que a veces su servicio es ingrato. “Aprovisionamiento, el servicio en el silencio… Como dice D. Fernando”.
Aun son las 7 y media, hay tiempo para echar un vistazo antes de que
llegue todo el mundo. No tardarán en tocar “Babor y Estribor de
Guardia”, y ya no apetece estar entre papeles.
Suena megafonía inundando todo el barco llamando al personal a sus puestos. Jacobo sube a puente. El sol lo golpea tanto en los ojos como en la piel. “Uf! Hace aun más calor del que esperaba”. Cuando la mirada se acostumbra a tanta luz, el paisaje que se
presenta no parece tan malo como se esperaba. En la línea del horizonte
despunta el verde de las palmeras que aun parecen meros arbustos. El
brillo en las aguas del mar descubre un color que sólo pensaba haber
visto en los documentales, o en las postales de islas paradisiacas.
Embebido en el paisaje que se le presenta, no presta atención a las lanchas pilotadas por “british” que acompañarán al buque hasta su atraque. Práctico a bordo guía hasta el muelle mientras van quedando los grandes cargueros en el fondeadero.
“Así que esto es el “Lagoon”. ¿Realmente habrá tiburones? Será mejor
recordar las medidas de seguridad, que estos “yankees” no suelen andarse
con tonterías”.
Las voces de sus compañeros lo sacan de sus pensamientos. Ya toca
ponerse “a currar”. Cuanto más coordinados estén, más rápido se hace lo
importante y antes podrá salir la gente a tocar tierra. A su paso por
cubierta, nota que los ánimos no son los mejores respecto a este puerto.
“La verdad es que no pinta nada interesante, pero algo haremos. Al
menos pisamos en firme”.
El trabajo conjunto permite que Jacobo y el resto de su servicio, con
la ayuda de personal de otros destinos, termine antes de lo esperado.
Tras la charla pertinente de cada puerto, sobre medidas de seguridad y
precauciones, que en este caso atañen sobre todo al baño, es hora de
salir a la calle.
El calor “aplasta” cualquier ánimo, sin embargo, el ansia de escapar
al menos unas horas de la “lata” puede más. La gente sale en desbandada
hasta las paradas de autobús, que pillan relativamente cerca del muelle.
“Pablo, nos vemos en la cámara en una hora”, comenta Jacobo a su colega.
Resulta extraño ver en el mes de enero a la gente en pantalón corto, camisetas de tirantes y chanclas. Uno no sabe ni dónde está ni cuando, pero hoy eso no importa.
Resulta extraño ver en el mes de enero a la gente en pantalón corto, camisetas de tirantes y chanclas. Uno no sabe ni dónde está ni cuando, pero hoy eso no importa.
Tras juntarse todo el grupo, Jacobo baja por el portalón preparado
para “explorar” la Isla. En el mapa tan solo se veía un pequeño atolón
en medio de una gigante inmensidad azul. El autobús escolar típico de
series americanas, con ese aire a viejo que tienen los países
tropicales. El conductor, moreno y bajito, de ojos achinados les indica
que suban que no espera por nadie. La única línea que recorre la Isla va
dejando ver paisajes contrastados: por un lado las típicas
construcciones de bases americanas, y por otro las palmeras y la
vegetación de las playas paradisiacas. La humedad en el ambiente, los
olores, las llamadas de las aves… Esto no pinta tan mal como pensaban.
Entre los árboles se distingue una fina arena blanca que lleva hasta las
azuladas aguas del Índico.
“¡Vamos! Es esta parada” La voz de Pablo resuena en el bus, y Jacobo
recoge sus cosas y baja lentamente. Van al “Navy”, parada obligada en
toda base americana, aunque luego no se acabe comprando nada. Comida al
más puro estilo americano. Luego tocará gimnasio para bajar la bomba
calórica que se están metiendo para el cuerpo. Starbucks pero “frappé”
para bajar la comida y de paso medio refrescarse.
No hay nada que ver en la Isla. La única alternativa es la playa. Hoy
no trajeron los bañadores, así que tras un breve paseo deciden volver
al barco y salir luego a disfrutar de las fiestas que están previstas
para esta noche. Todo el mundo los ha invitado a los tres bares que hay,
e incluso a las barbacoas particulares. Resulta agradable encontrarse
con gente tan abierta y simpática en medio de ninguna parte. Después de
una cena rápida a bordo, Jacobo sale a despejarse un rato, olvidándose
por un momento que está de misión. Esa noche es como estar de
vacaciones: Olor a barbacoa, chiringuitos playeros, música…
“Poca gente hay, pero entre nosotros y los Australianos ya llenaremos
los locales”. Risas, baile, alguna cerveza y gente alegre, hacen de la
noche de sábado en Diego García una experiencia más a guardar.
Jacobo vuelve pronto a bordo, satisfecho y contento. Con la cabeza
despejada y puesta ya en el día siguiente, que habrá que aprovechar en
la playa. Esas playas tranquilas, de color increíble, de agua templada
que impide que quieras salir en todo el día.
Jacobo y sus compañeros no son los únicos que han tenido esa idea, y
el domingo en Diego García transcurre para la gran mayoría de la
dotación del buque, tumbados en la arena, bañados por las suaves olas,
jugando al vóley playa, pedaleando por toda la costa o sacando fotos de
postal de un puerto que nadie conocía y al final nadie olvidará.
Al caer la noche es hora de regresar.
“Una llamada a la familia antes de dormir, y mañana a intentar volver
a coger la rutina que nos aguarda durante quince días” piensa Jacobo
mientras dirige una última mirada a su alrededor, a ese pequeño atolón
donde no se quería parar y de donde ahora no se quiere zarpar.
fuente: Armada española.
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Excelente artículo.
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